viernes, 5 de marzo de 2010

418 años...

Cerro de San Pedro aún vale un Potosí (San Luis Potosí)
EN EL 418 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN



Vale un Potosí! Dijeron los que descubrieron metales preciosos en uno de los cerros del valle de San Luis Mexquitic...sus riquezas les parecieron tan prometedoras como las del real más rico de aquella época, el del Potosí en el Alto Perú, ahora Bolivia.



El Cerro Rico, en quechua Sumaq Urqu ("cerro hermoso") es una montaña de los Andes úbicada en el departamento de Potosí, Bolivia. Es famosa por que en época de la Colonia tenía las vetas de plata más importantes del mundo. Tiene una altitud aproximada de unos 4.800 msnm.





El legendario don Miguel Caldera, mestizo, hijo de español y guchichila, capitán de las huestes españolas, quien había ayudado a la pacificación de los guachichiles, recibió la noticia de que en un cerro cercano se encontraban yacimientos del preciadísimo metal amarillo con el que los indios se adornaban.



En 4 de marzo de 1592 Caldera envió desde Mezquitic un grupo de mineros y soldados a reconocer el terreno y registrar minas. Al ver la riqueza que prometía el cerro lo designaron Real de San Pedro Potosí.



Comenzó a llegar una enorme cantidad de gente y en unos cuantos días se registraron sesenta descubrimientos; los metales eran ricos en plomo lo que permitía que los más puros fueran beneficiados en simples hornos sin necesidad de usar azogue. Sin embargo resultaba insuficiente el agua del arroyo que corría por la cañada, tanto para los pobladores, como para lavar los minerales. La fuente más cercana manaba abajo, en el valle de San Luis Mexquitic. Los conquistadores, después de cuarenta años de lucha contra los feroces guachichiles, en la última década del XVI, optaron por trocar la lanza por regalos seductores; convencieron a los indígenas de que sembrar era mejor que depender de los azares de la caza, y de que una vida sedentaria les permitiría tener ropa, bienes y el afecto ofrecido por los misioneros.



Se fundaron en la zona los primeros pueblos como el de Mexquitic situado en la sierra y varios asentamientos de indios -llamados puestos -como el de San Luis en el valle de Mexquitic. Allí fue congregado un grupo de guachichiles y otro de tlaxcaltecas llevado expresamente para enseñar a los primeros "a vivir sedentariamente".



Por carecer de agua el Cerro de San Pedro los españoles fundaron la población en el valle, en el puesto de San Luis; le dieron el nombre de Potosí debido a su origen y razón de ser. Arriba, en la sierra, quedó el Real de Cerro de San Pedro en el que habitaron algunas familias españolas, el teniente de justicia, y el cura; los operarios de las minas, en su mayoría mestizos, mulatos e indios de diversas tribus no erigieron viviendas formales. Estas comunidades tenían sus propios gobernadores y cofradías.



En el Cerro de San Pedro se construyeron dos iglesias de buenas proporciones, que fueron atendidas por al clero secular ayudado por religiosos franciscanos, más adelante también por los agustinos debido a que hablaban el tarasco.



La riqueza que produjeron las minas en los primeros treinta años hizo leyenda; acudieron gentes de todos los oficios de mineros así como numerosos mercaderes que enriquecían y se volvían a España con "cantidad de hacienda". Tan sólo de derechos reales se pagaron 62 millones de pesos en los primeros sesenta años de existencia, lo que indica una extracción aproximada de 10 millones de pesos al año.



Las grandes bonanzas se debieron a que los minerales más ricos estaban cerca de la superficie; sin embargo, las vetas eran difíciles de seguir, ya que serpenteaban y cambiaban de espesor; a veces se convertían en imperceptibles hilitos o se ensanchaban en inmensas cavernas llenas de tierra mezclada con metales. Se dificultaba sostener los túneles por la diversidad de los materiales pétreos y su mezcla con terreno bofo, lo que producía derrumbes dentro de las galerías y el colapso entre minas vecinas con las consiguientes dificultades entre los diversos propietarios.



De los aires de fortuna que soplaran en el Cerro dependía la economía de San Luis Potosí así como la de los pueblos y haciendas que surgieron en las cercanías, como Armadillo, Cuesta de Campa, Pozos, Gogorrón, La Pila y varios otros entre los que destaca Monte Caldera, donde hubo doce haciendas de beneficio.



Los mineros, entre peligros y descalabros, siguieron extrayendo las riquezas del Cerro. En 1613 el alcalde mayor Pedro de Salazar hizo construir el famoso Socavón del Rey, un túnel horizontal desde el que se podían alcanzar las vetas a mayor profundidad. Fue una obra asombrosa para su tiempo, que produjo en un sólo año treinta toneladas de plata mezclada con oro.



Aun con estas grandes obras, a los quince años se redujeron significativamente los preciados metales, salvo por un hallazgo cuya riqueza excitó la codicia de aquellos que se coludieron en un gigantesco fraude fiscal, el famoso "descamino del oro". Costó su puesto el alcalde mayor, la propiedad a los dueños de la mina de Briones y duros castigos a .muchos de los operarios.



Tanto se agravó la escasez de metales que hacia 1628 llegaron a desocuparse hasta las casas de la plaza principal de San Luis Potosí. La última mina rica, la de San Cristóbal se derrumbó en 1630. A partir de entonces los dueños dejaron las minas en manos de los operarios quienes las trabajaban por tres cuartas partes de las ganancias salvo cuando había algún buen hallazgo. Hubo esporádicas bonanzas que lograron mantener una población relativamente activa en el Cerro.



A pesar de esta baja, los años en que San Pedro fue un "potosí", le valieron al pueblo de San Luis el ser elevado, en 1656, al rango de "Ciudad de San Luis Potosí". Los impuestos eran suficientes para los gastos de la ciudad. Un crecido número de mineros, ,mercaderes, labradores, tratantes y oficiales tenían allí sus casas y familias. Para entonces contaba con tres conventos: el franciscano, el agustino y el mercedario, tenía el colegio de la Compañía de Jesús, el hospital de San Juan de Dios, las Casas Reales y la Caja Real. En el escudo de armas que se confirió a la ciudad aparece el Cerro de San Pedro sobre campo azul y oro, con dos barras de plata y dos de oro, testimonio de su origen minero.



Conforme la producción del Cerro decreció, los habitantes de San Luis trocaron la insegura minería por las siembras y el ganado o la explotación de nuevos minerales. Sin embargo, el alcalde mayor Alonso Muñoz Castilblanque, en 1690, hizo otro intento por conseguir su recuperación; con un préstamo del virrey conde de Galve, abrió el tajo de San Cristóbal y la producción del Cerro llegó a una quinta parte de la que se obtenía en 1620. Con altas y bajas siguió la explotación; hacia 1740 aún funcionaban en la región cien hornos de fundición y sesenta trituradoras de mineral. Pero decrecían las inversiones y aumentaba la pobreza de los serranos, nombre que se daba a los habitantes del Cerro y sus inmediaciones.



La situación se tornó crítica en 1767 al ser gravada la madera y el agua, elementos indispensables para el trabajo en las minas. Se ordenó castigar a los desempleados, que eran muchos y, por si fuera poco, se desvió el donativo en plata que los operarios donaban para la reparación de la iglesia de San Pedro, que "estaba al caer". Desesperados, los serranos entraron en la ciudad a explicitar sus demandas. Éstas no fueron atendidas lo que levantó la indignación de casi todos los indios y castas de la región que estaban resentidos por situaciones similares. Al descontento generalizado se sumó el rechazo que despertó la expulsión de los jesuitas y lo que comenzó por un pliego petitorio, se convirtió en sangriento "tumulto".



Los rebeldes se opusieron con flechas y espadas a que los sacerdotes fueran trasladados a Veracruz, atacaron las Casas Reales y las dejaron inservibles. Las autoridades pidieron auxilio a las tropas que estaban en la región, con ellas el Conde del Peñasco redujo a los sublevados al Cerro de San Pedro donde los sitió hasta que se rindieron. El virrey marqués de Croix envió, junto con 400 soldados, al visitador don José de Gálvez, quien castigó cruelmente a los amotinados y a sus familias. A pesar de todo esto, lo serranos obtuvieron la reducción de los impuestos y se mandó reparar y perfeccionar la iglesia.



Unos años después don Joseph de Castilla y Loaeza, caballero del hábito de Santiago y capitán de los reales ejércitos, formó una Compañía Patriótica que invirtió 20 000 pesos. El éxito fue escaso porque se utilizaron las técnicas antiguas con iguales resultados.



Para explotar la mina de San Jorge, en 1816, se construyó un socavón en la parte más baja del cerro del Pópulo. Éste fue el principio de la obra minera más importante de la zona: el Socavón Aventurero de la Victoria, reiniciado sesenta años después. Su nombre denota lo que implicaba y lo que se esperaba de él. Toda obra en el Cerro era una "aventura" porque no se sabía si se encontraría una rica veta, o si la inversión se perdería. Se esperaba una "victoria" ya que el socavón daría acceso a la parte inferior de los túneles antiguos porque se encontraba a mayor profundidad que el Socavón del Rey. Que fue una victoria, lo atestigua el hecho de que a principios del siglo XX la Compañía Metalúrgica Mexicana compró el tramo del ferrocarril que se había comenzado a tender hacia Río Verde para transportar los minerales de San Pedro hacia San Luis Potosí; a este tren lo llamaron el Piojito. En 1930 la American Smelting Company (ASARCO) trabajaba el socavón que contaba con rieles y electricidad ya partir de el se profundizó el tiro de la Victoria otros 375 metros. El mineral era transportado hasta la fundición Morales, en San Luis Potosí por el mismo Piojito. Se trabajó con éxito hasta que estalló en 1948 la famosa huelga de los mineros que llevó al paro total. La Minera Las Cuevas hizo un último esfuerzo en 1971 pero no logró revitalizar las minas y actualmente habitan el Cerro tan sólo unas 100 personas.



El trabajo que se hizo en las minas a lo largo de cuatrocientos años no alteró la traza original del Real, que es irregular y tiene como núcleo a la parroquia de San Pedro. A un lado de la cañada se edificó la Iglesia de San Nicolás de Tolentino, que marca otro espacio urbano importante. En torno a esta iglesia se asentaron los indios tarascos de quienes los demás indios mineros tomaron como santo patrón a San Nicolás; la explanada frente al templo fue utilizada como un centro de trueque y de socialización. El caserío del Real se extiende por los cerros a ambos lados de la cañada; casas de piedra grandes y pequeñas flanquean sus angostas callecitas.



Las dos iglesias construidas en la primera mitad del XVII, tienen la particularidad de haber sido casi idénticas aunque la de San Pedro fue modificada posteriormente. La de San Nicolás conservó su aspecto primitivo de una sola nave techada de bóveda de cañón corrido. La luz entra tan sólo por la ventana del coro y por dos pequeñas que están en el presbiterio. El único retablo que se conserva se encuentra en una pequeña capilla detrás de la torre, es barroco con columnas salomónicas y está dedicado a la Virgen de Guadalupe. Se remonta a la primera mitad del XVIII. En 1950 fueron robadas sus pinturas y el remate que representaba al Padre Eterno. Sin embargo, queda aún la estructura del retablo, con el sol y la luna policromados, unos fanales también policromados y los hermosos fustes de las columnas rodeados de vides.



Las modificaciones hechas a la parroquia de San Pedro nos permiten comprender la evolución de la arquitectura en aquellos tiempos. Aún se percibe que las torres en ambas iglesias son estructuralmente iguales, salvo que la de la Parroquia fue adornada con cantera en la segunda mitad del XVIII. A la nave se le añadieron contrafuertes de modo que se pudiera elevar la bóveda y hacerla de lunetos con ventanas y a la cúpula igualmente se le abrieron ventanas; los arcos torales fueron bellamente ornamentados con dovelas de cantera, las centrales talladas con emblemas de santos. La sacristía está adornada con estípites, friso y nervaduras de cantera y en los capialzados de las ventanas y puertas ostenta conchas estilizadas.



La arquitectura de Cerro de San Pedro constituye un importante capítulo de la historia del arte Potosino. Sin ella sería imposible comprender el desarrollo artístico y urbano que se dio en ese estado a partir del siglo XVII. La iglesia de San Nicolás al no haber sido “modernizada" es un raro ejemplo de templo del siglo XVII, además de que armoniza colorística y estéticamente con el cerro que tiene a sus espaldas. La fachada de la parroquia de San Pedro con sus tres nichos se relaciona con las portadas de las parroquias de Charcas y de Mexquitic; las transformaciones que se le hicieron a su cúpula y arcos torales emularon la iglesia de la Compañía de Jesús en San Luis Potosí; los estípites de la sacristía recuerdan a los del Carmen y las nervaduras son idénticas a las de la sala principal de la Real Caja al igual que los capialzados del mismo estilo que los de éste edificio; los pináculos oblicuos de la torre siguen los lineamientos ópticos propuestos por Caramuel, tratadista español, seguido por el notable arquitecto Felipe Cleere, como lo demuestra el desplazamiento oblicuo de los balaustres del Santuario de Guadalupe de San Luis Potosí.



Cerro de San Pedro aún vale un potosí, tanto por los metales que guarda en sus entrañas, como por los edificios que conserva. Ojalá que la tecnología moderna encuentre la manera de obtener sus riquezas sin destruir el poblado ni dañar su arquitectura. Podría desarrollarse como un atractivo turístico: valdría la pena acondicionar alguna vieja mina para ser visitada y ofrecer guías y servicios adecuados.



Con ello se daría atención a los actuales buscadores de solaz, arte y cultura y se resaltaría el valor histórico y la belleza natural y artística de ese Potosí.



Fuente: México en el Tiempo No. 19 julio / agosto 1997








Ana María Alvarado García
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